El primitivo calendario hebreo, tal como aparece en la Biblia, estaba admirablemente bien adaptado a las necesidades de un pueblo que carecía de relojes, calendarios impresos y, hasta donde lo sepamos, de astronomía.
Se basaba en principios sencillos: el comienzo del día era a la puesta del sol, las semanas se contaban en forma continuada con siete días cada una, el mes comenzaba con la luna nueva, y el año era regulado por la cosecha.
Por supuesto que tal calendario debía ajustarse para que el año se mantuviese en la debida relación con las estaciones, pero lo mismo puede decirse de nuestro calendario solar, usado hoy en la mayor parte del mundo.
La diferencia es que nuestro año tiene sólo aproximadamente un cuarto de día menos que el verdadero año de las estaciones determinado por el Sol, mientras que el año lunar corriente de 12 meses "lunares" tiene 10 u 11 días menos que el verdadero año solar.
Nosotros ajustamos nuestro calendario solar dejando acumular el error durante 4 años para luego agregar el 29 de febrero en el año bisiesto.
En el calendario lunar ese error de 10 u 11 días sigue hasta acumularse todo un mes, que se corrige agregando un 13er. mes, cosa que ocurre cada dos o tres años (7 veces en 19 años).
Los israelitas no poseían el conocimiento astronómico necesario para elaborar un calendario solar como el que hoy usamos, con sus ajustes de año bisiesto; pero en ocasión del éxodo Dios instituyó un método sencillo y eficiente para que el año del calendario no estuviera permanentemente fuera de relación con las estaciones del año natural.